domingo, 3 de marzo de 2013

Finales de varios Papas


El jueves el papa Benedicto XVI dejó oficialmente el Pontificado. El papa de más edad elegido para el cargo (tenía 78 años cuando le eligió el cónclave en 2005 para suceder a Juan Pablo II) afirma que su decisión obedece a motivos de salud.


La renuncia es muy poco frecuente. Normalmente se espera que un papa, tras ser elegido, lo sea hasta su muerte.


Tras la renuncia, Benedicto deberá desprenderse de los emblemas papales, que incluyen el anillo papal, que será destruido con un martillo de plata, los zapatos rojos, que simbolizan la sangre de los mártires, y la Guardia Suiza (podemos ver a uno de sus miembros lustrando la armadura ceremonial en la imagen superior, tomada hacia 1938).


La Guardia Suiza empezó a trabajar para la Iglesia Católica en 1506. Se trataba originalmente de un grupo de 150 mercenarios traídos por el Papa Julio II para proteger Roma. El trabajo de la Guardia Suiza, entrenada todavía para el combate, es proteger al Papa. Sus miembros llevan un casco, llamado morrión, que vemos colocado en el estante situado sobre el hombre de la fotografía.

Aunque han servido a los papas durante un milenio, ésta es la primera renuncia de la que son testigos: el último papa en renunciar, Gregorio XII, lo hizo casi 100 años antes de que la Guardia Suiza llegara al Vaticano.


En 1415, con tres papas a la vez, Gregorio XII se desprendió de la mitra con la esperanza de poner fin al cisma.


Otros tres Benedictos tuvieron también finales inesperados. Benedicto V fue forzado por el Emperador Otón III a admitir que no era el verdadero papa un año después de ser elegido en 964.


En 974, Benedicto VI fue llevado a prisión y estrangulado. Benedicto IX llevó la mitra en tres periodos diferentes entre 1032 y 1048: renunció la primera vez, vendió su cargo con el propósito de casarse la segunda y fue expulsado la tercera.



Otros papas tuvieron finales aún peores.


El Papa Formoso murió en 896, años después de ser primero excomulgado y después levantada la excomunión. Sin embargo, un año más tarde, el nuevo papa, Esteban VI, mandó exhumar el cadáver y someterlo a juicio. Fue declarado culpable, invalidada su elección como papa  y se anularon sus edictos. Después le arrancaron de la mano los tres dedos con los que impartía las bendiciones papales y arrojaron su cuerpo al Tíber.

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